Una de las ‘claves’ del éxito de los artículos científicos en la era de Internet ha sido su capacidad para adaptarse a un mundo plagado de información, de sobreinformación por doquier, llegando fácilmente a todos los rincones, de forma fácil y directa. El libro se quedó desgraciadamente en el mundo analógico, del objeto material y no progresó por esta vía.
Justamente esta asequibilidad y accesibilidad del artículo tiene mucho que ver con su naturaleza propiamente digital (si bien el artículo convivió también previamente en el mundo analógico) y con los llamados ‘metadatos’, esa información que nos facilita datos bibliográficos de los trabajos como la autoría, el título del artículo, el año de copyright y la fecha de publicación; así como material descriptivo como las palabras clave y los resúmenes; o cualquier otro tipo de identificación de artículo. Con este procedimiento, los artículos se identifican rápidamente en el mundo infinito de la sobresaturación informativa de Internet y son localizables en el tiempo y el espacio de forma simple y sencilla.
De toda esta información, las ‘palabras clave’, también llamados ‘descriptores’ (o más comúnmente, con su término en inglés; ‘keywords’, palabra unida y no separada) son los más esenciales como motores de búsqueda en grandes bases de datos, permitiéndonos localizar trabajos en miles de revistas a partir de estos términos identificativos del trabajo.
Las revistas científicas de primer nivel dan mucha importancia a las palabras clave de un trabajo ya que si éstas están bien redactadas, la localización de un manuscrito científico se facilita sobremanera. De ahí que los autores han de esmerarse en localizar las palabras más pertinentes para su trabajo, huyendo del término fácil, comodín o simplemente copiando los vocablos ya empleados en el título.
La precisión de las palabras clave aumenta significativamente el acceso y por tanto las lecturas del trabajo entre el universo de millones de datos en que nos movemos.
Durante un tiempo se generaron el uso de thesauros que, como lo describe la UNESCO sería ‘una lista controlada y estructurada de términos para el análisis temático y la búsqueda de documentos y publicaciones en los diferentes campos’ (https://bit.ly/3YTA76B). Pero el problema de este tipo de instrumentos es que el mundo cambia a pasos agigantados y al tiempo que surgen cientos de miles de nuevas realidades, también otras se quedan anticuadas y en desuso. Los listados fijos ya no son capaces de captar una realidad tan cambiantes y algunas revistas fomentan listados dinámicos, cuyos neologismos están a la orden del día como tecnicismos necesarios para abarcar nuevas realidades.
En suma, los potenciales autores han de cuidar mucho en la redacción de sus trabajos los ‘keywords’ (palabras clave), buscando aquellos términos que permitan dar singularidad y especificidad a sus manuscritos, más allá de los términos empelados en el título, huyendo de palabras generalistas, polisémicas, ambiguas y localistas. En caso de que exista un thesaurus que pueda aportar luz, es recomendable el uso de y términos ya asentados, pero eso no resta que en ciencia se incorporen nuevas realidades, invenciones y descubrimientos que abran nuevos caminos. Los neologismos tienen aquí su espacio sagrado.
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