Cuando planteamos hipótesis o nos marcamos objetivos es normal, desde la óptica del ser humano en general y desde la del investigador en particular, que esperemos alcanzar nuestros objetivos o confirmar las hipótesis que plantemos, está claro que una hipótesis confirmada es mejor que una que no se confirma.
Aunque en la mayoría de los diseños de investigación que planteamos ocurre que confirmamos las hipótesis y/o alcanzamos los objetivos, no tiene por qué ser siempre así, y de hecho no lo es, por lo que la tentación de “forzar” (tentación que acude tanto a los investigadores nóveles como a los no tan nóveles) los análisis u ocultar los resultados anómalos que aparecen -cuando al término del trabajo de campo realizamos el análisis de nuestros resultados- es grande. Nunca podemos caer en esta tentación por al menos tres razones, la primera y simple es porque no es ético, la segunda porque estaríamos faltando a la verdad y la tercera es porque, en numerosas ocasiones, estas hipótesis no confirmadas pueden ser más enriquecedoras para la temática en cuestión que la simple confirmación de lo planteado. Si la hipótesis se ha confirmado la conclusión está clara ya que la pregunta de investigación se ha contestado, pero si no se ha confirmado nos encontramos ante una nueva oportunidad de indagar, de plantear nuevas preguntas o de reformular algunas de las que ya nos habíamos hecho.
En el transcurso de nuestras investigaciones, en algunas ocasiones, encontramos resultados anómalos o no esperados, estos nunca deben ser ocultados (¡puede que se trate de un serendipia y nos encontremos ante un hallazgo muy valiosos al que hemos llegado, sin buscarlo, de forma accidental!) ya que directamente estamos abriendo paso a nuevas propuestas de investigación, nuevas líneas en las que poder diseñar investigaciones para intentar dar respuesta a lo que no esperábamos pero que ha aparecido en nuestros resultados. Estos resultados anómalos hay que sacarlos a la luz y les tenemos que dar la mejor explicación posible o, simplemente, decir que los hemos encontrado y que, de momento, no podemos darles ninguna explicación. También puede ocurrir que, si no mostramos estos resultados, el editor, que en muchas ocasiones es o debe ser también un buen investigador, será el que los saque a la luz.
Debemos pues aprender también de lo inesperado, lo que a priori puede ser considerado como un fracaso o una debilidad de nuestra investigación no lo es tal, podemos considerarlo una fortaleza pues permite formular nuevas hipótesis o plantear nuevos objetivos de investigación (nosotros o cualquier miembro de la comunidad académica que trabaje o investigue sobre esa temática) que, a la postre, lo que harán será enriquecer la investigación sobre el campo temático. Esta fortaleza solo se podrá dar, obviamente, si en lugar de ocultarlos o “meterlos con calzador” somos capaces de “sacar a la luz” los resultados anómalos o no esperados que encontramos en nuestras investigaciones.
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