Las revistas científicas son, al igual que toda organización, un ente social; un sistema basado en el capital humano que conjuga una serie de procesos ordenados cuyos resultados individuales son sumativos para el cumplimiento de metas y objetivos, lo que suele repercutir en la calidad cualitativa de la publicación y, por ende, en su crecimiento cuantitativo -visibilidad, referencialidad e impacto-.
Mientras el editor jefe planifica al máximo nivel y ejecuta junto a los editores asociados una serie de planes, programas y estrategias, los revisores contribuyen con su conocimiento a evaluar los manuscritos y los autores apoyan con sus investigaciones, dando visibilidad a los artículos publicados. Por su parte, el consejo técnico (board of management) suele vincularse con actividades más ejecutivas como la revisión de traducciones, la edición de los textos, el trabajo en servidores y en la configuración del sistema de gestión, redes sociales, indexaciones, entre otros. En definitiva, en una revista científica, al igual que en cualquier otro tipo de organización, todos somos interdependientes y el éxito radica en la cooperación y la comunicación horizontal, en el entendido que, en la mayoría de los casos, son labores que se asumen ad honorem.
Sin embargo, en casi todas las revistas científicas existe la figura del Comité o Consejo Científico (Advisory Board o Editorial Board), cuyas labores suelen ser más simbólicas que otras posiciones más operativas dentro de la publicación, pero que no son menos importantes. Aunque en muchas revistas iberoamericanas estar en un Consejo Científico es un mérito que se otorga por obsequio y en el que podemos encontrar personalidades varias que van desde rectores, autoridades universitarias (presentes y pasadas), políticos, dueños de las universidades, conferencistas y coachs, hasta personal docente no investigador y personal administrativo; esta posición tiene un valor estratégico que va más allá de un intercambio de favores o un reconocimiento de “estar en la web de la revista”.
En primer lugar, el Consejo Científico es el aval personal de una publicación. Se entiende que quienes forman parte de este comité conocen la publicación y a sus editores, y son asiduos lectores y revisores de sus manuscritos. En esta línea, los miembros del Consejo Científico han de ser investigadores en activo, referentes internacionales de la temática de la publicación.
En segundo lugar, contrario a la creencia popular de los “elefantes blancos” o “rockstars”, los miembros del Consejo Científico deben tener un papel activo en la revista. De nada sirve tener grandes referencias e investigadores suma cum laude en este comité si lo único que ponen de su trabajo es el nombre y la fotografía. Así pues, los miembros del Consejo Científico deben comprometerse a ser revisores activos de la revista, servir de promotores de sus call for papers y artículos publicados entre su comunidad académica, proponer nuevos revisores, e incluso apoyar en ciertas labores como la redifusión en redes sociales y la representación de la publicación en espacios científicos (como foros, conferencias, congresos y simposios).
Incluso macro revistas como PlosOne, International Journal of Environmental Research and Public Health, IEEE Access, Sustainability, entre otras, dado su carácter multidisciplinar y la cantidad de manuscritos que gestionan, cuentan con secciones temáticas dentro del Consejo Editorial, encargados de evaluar los ejes temáticos emergentes, selección de monográficos e incluso, en temas delicados -como los relativos a la salud- de fungir como gatekeepers. En definitiva, se insiste en que el Consejo Científico no debe ser el “Hall-of-Fame” de la publicación ni de sus editores, sino una figura representativa de su solidez.
En tercer lugar, el Consejo Científico debe renovarse constantemente en función de la propia dinámica de la ciencia. Si bien en ámbitos como las artes y las humanidades los cambios en aproximaciones, métodos, enfoques y desarrollos suelen ser más lentos, todo lo contrario sucede en las ciencias puras, experimentales y de la salud. Mientras que un investigador que hace 20 años fue referencia internacional, desarrollando innovaciones importantísimas en su campo del conocimiento, quizás hoy ya esté jubilado o no sea tan activo, por lo que el Consejo Científico debe mantenerse actualizado. Se insiste así en que este comité no debe convertirse en un “museo” del campo del saber, pues ello conllevaría a una desactualización frente a temáticas emergentes que pudieran ser advertidas por investigadores más actuales.
Por último, un Consejo Científico debe tener carácter internacional, pues de lo contrario se evidenciaría el carácter local de la publicación, lo que jugaría en contra de la ampliación de las redes de revisores, autores y, en definitiva, de la comunidad académica de la revista. Hay que recordar que el alcance, visibilidad, ergo impacto de una publicación radica en su capacidad de crear tejidos reticulares en todo el globo, de convertirse en referencia y de alcanzar la mayoría de los investigadores activos.
En cuanto a las ventajas de pertenecer a un Consejo Científico, estos pueden conferir dividendos duraderos para los investigadores. Aunque estas posiciones no suelen ser remuneradas -como casi todo en el mundo de las revistas científicas iberoamericanas-, ser miembro de este comité permite obtener una visión interna de cómo funciona una publicación, las claves para publicar en esa u otra revista y tener contactos de la comunidad científica internacional sobre la temática.
Asimismo, muchas agencias de acreditación, evaluación de investigadores y programas académicos, proyectos I+D y grants, universidades y entidades de becas, consideran mérito preferente, e incluso una distinción importante formar parte de Consejos Científicos de revistas de impacto y editoriales de prestigio.