Una revista científica de calidad se define por tres grandes ejes: 1) Unos contenidos de calidad rigurosamente seleccionados que atienden cuando menos a los principios de originalidad, novedad, relevancia y transferencia; 2) Variados sistemas de visibilización a través de canales múltiples, especialmente basados hoy en medios científicos electrónicos y redes sociales; 3) Presencia en múltiples bases de datos, repositorios, catálogos hemerográficos y, sobre todo, indexaciones de reconocimiento internacional. Esta última nunca debe ser una causa, sino la consecuencia razonable de las dos primeras, porque la lógica del “factor de impacto”, tan denostado en algunos sectores, es muy simple y directo: unos contenidos de gran calidad seleccionados rigurosamente que reciben a través del canal de la publicación múltiples sistemas de difusión, por lógica, serán leídos y serán citados en otros trabajos, generando “impacto” (medido en las citas que genera en revistas indexadas).
Las indexaciones, por tanto, son la punta del iceberg que reflejan −cuando el sistema no se distorsiona− la calidad y el rigor de los contenidos; y por ello, en este caso, medir al continente (el contenedor, la revista), no se aleja en demasía de medir el contenido, porque el continente garantiza, con su consejo científico y su comité de revisores, la calidad del manuscrito publicado, al menos genéricamente.
Pero ¿qué indexaciones, en el vasto universo de las indizaciones y bases de datos, hemos de considerar como de excelencia?
En primer lugar, hay que partir de la base de que la ciencia, hoy más que nunca, es universal y, por ende, no tiene fronteras y que, por tanto, todo intento de crear indexaciones “locales“ (esto es, nacionales) es un conato baldío de acotar lo que solo se puede ficticiamente. Las indexaciones han de ser abiertas y acoger revistas de todo el mundo porque cada vez más las cabeceras, al menos las prestigiosas, no responden a parámetros locales, regionales o nacionales, e independientemente de la ubicación de su editorial, cuentan con equipos internacionales variables, al igual que su staff, comunidad de lectores, revisores y autores.
Dicho esto, las tres indexaciones que hoy se deben considerar como los estándares y referentes internacionales son WoS (Web of Science), Scopus (de Elsevier) y Google Scholar. Estos tres productos, con grandes diferencias entre ellos, recogen, sin duda, la ciencia más prestigiosa, internacional y reconocida mundialmente.
La WoS cuenta con dos grandes bases de datos mundiales donde se recogen las 12.000 revistas de mayor consideración mundial en todos los campos: Science Citation Index y Social Science Citation Index, que genera el famoso JIF (Journal Impact Factor). Desde hace unos años, incluyen también una base secundaria, Emerging Science Citation Index (ESCI), que cuenta con casi 10.000 revistas, especialmente en campos menos cubiertos por la base principal y en otros idiomas además del inglés, que genera el JCI (Journal Citation Impact).
En segundo, en orden de prestigio y consideración en todas las ciencias, se encuentra SCOPUS, indexación internacional que ha crecido considerablemente en los últimos años y que hoy ya cuenta con más de 43.000 revistas de todas las especialidades en una base única, clasificada por percentiles con el CiteScore (su factor de impacto), actualizado mensualmente a través del CiteScore Tracker. Su amplia cobertura y su transparencia, además de su acceso abierto a los datos principales, le han dado un rango de referencia mundial.
En tercer lugar, y a gran distancia, se encuentra GOOGLE SCHOLAR METRICS, que a través del H Index (como factor de medida, junto a las citas generadas) indexa públicamente las 100 mejores revistas de cada lengua y, en inglés, de cada especialidad. Paradójicamente, diseñada sobre la base de datos más importante del mundo, Google, en cambio, solo ofrece indexadas una lista muy reducida de revistas.
Existen también base de datos regionales que han ido emergiendo en los últimos años que pueden considerarse, sobre todo si trabajan con lenguas minoritarias que no tienen el alcance del inglés. En el mundo latino, especialmente hay que reseñar REDIB por su amplia cobertura iberoamericana, incluyendo una base de revistas en español de más de 3.000 cabeceras y un catálogo selectivo indexado de 1.200 revistas, basado en citas de WoS. Otros productos en nuestro contexto, muy bien valorados por expertos y usuarios, son, por ejemplo, DIALNET MÉTRICAS, que ha hecho un esfuerzo impresionante por contar con una base de datos primaria, inigualable en el contexto latino, ofreciendo un producto transparente, replicable y con una información de primer nivel que no se circunscribe solo a las revistas, sino que se amplía a los investigadores, grupos y facultades, y universidades, todo ello accesible de forma universal y gratuita.
Basado en Scopus, un producto español que ha tenido notable impacto en los últimos años, es el SCIMAGO JOURNAL RANK que, a partir de la información de la base de Elsevier, generaba listados por áreas con los famosos SJR (su factor de impacto). En este momento indexa a 29.000 revistas y sigue contando con notable consideración, especialmente su SCIMAGO COUNTRY RANK, que ofrece información de la ciencia en el mundo por países y regiones, obviamente basada en la cobertura de estas revistas.
Los productos locales (nacionales) son múltiples y variados y responden en muchos casos a la preocupación de los países por intentar cubrir un amplio conjunto de publicaciones “menores” que no logran salir a la escena internacional. Un caso concreto en España es FECYT, que indexa las revistas que obtienen su sello de calidad. Todos sus parámetros de indización están basados en parámetros externos, algunos de ellos duplicados, y otros tan burdos como el número de citas sin factor de corrección.
En suma, el mundo de las revistas cambia y se revoluciona permanentemente y es obligación del investigador tener ojo avizor porque, junto a las ya denostadas “predators”, cada día es más fácil observar comportamientos llamativos de editores y revistas que nos deben tener en alerta. Las bases de datos universales son, en suma, un buen indicativo, porque su transparencia y replicabilidad nos permiten garantizar cabeceras de calidad para los trabajos de los investigadores.