Que toda ciencia aspira a lo inédito, lo original, lo relevante y lo impactante para mejorar la calidad de vida de las personas y la sociedad en general es casi una verdad intangible. Por ende, toda investigación competitiva, toda producción científica de calidad, toda tesis doctoral… debería tener este faro como brújula permanente.
Los editores de revistas de excelencia tenemos una enorme responsabilidad en este sentido porque somos los ‘gatekeepers’ de la ciencia, los porteros que permiten que una investigación se haga visible, y potencialmente impactante, para la comunidad científica.
El control de la integridad académica se ha convertido en los últimos años, no solo es un síntoma de la calidad de la publicación, sino también en una acción básica y esencial para preservar el ‘reconocimiento’ científico de la revista.
Desgraciadamente, estamos todos observando que las tasas de plagio académico son enormemente preocupantes en todos los niveles educativos. En ‘Comunicar’ se publicó un estudio en 2015 que demostraba que los estudiantes de secundaria no eran conscientes que copiar cualquier producto de Internet pudiera ser acto de usurpación o robo intelectual y mucho menos que pudiera ser constitutivo de delito (https://doi.org/10.3916/C44-2015-11). Posteriormente, en 2016, publicamos un monográfico completo sobre ‘Ética y plagio en la comunicación científica’ (Comunicar, 48: www.grupocomunicar.com/index.php?contenido=revista&numero=48) con importantes aportes sobre este tema de investigadores internacionales.
El plagio se ha extendido como la pólvora también en la investigación científica y por ello en sus resultados de investigación, plasmados en los artículos científicos que nos llegan a las publicaciones académicas, incluso las de mayor posicionamiento a nivel internacional.
Bien es verdad que hasta hace poco tiempo (una década), las posibilidades de detección del plagio era casi mínimas porque la copia de las publicaciones en formato papel eran muy difícilmente detectables. Pero Internet y las ediciones en línea, al tiempo que han facilitado y proliferado el plagio, también han puesto en nuestras manos los mecanismos para su detección.
Hoy no puede entenderse una Universidad con una mínima reputación que no tenga a disposición de sus profesores (y también de sus alumnos) aplicaciones informáticas automatizadas de detección del plagio.
Esta realidad es igualmente trasladable a las revistas científicas que han de controlar sus tasas de plagio de todos los aportes que les llegan con posibilidad de revisión científica. Ahora bien, las múltiples aplicaciones de detección de copia ilegal no son todas igualmente efectivas no todas son válidas para cualquier tipo de fuente. Es un error aplicar un programa antiplagio centrado en trabajos de estudiante a un artículo científico porque la focalidad de la búsqueda no es la misma y por tanto las tasas de captación de plagio diferirán de forma significativa.
‘Comunicar’ tiene publicada una sección dedicada al ‘Antiplagio’ Con más de 10 aplicaciones activas en Internet (www.grupocomunicar.com/index.php?contenido=antiplagio), algunas de ellas totalmente gratuitas pero con escasas prestaciones y otras (la mayoría) de pago y profesionales. CrossCheck (de CrossRef) es uno de los productos de mayor calidad para la detección de plagio en artículos científicos.
Finalmente, es muy importante saber interpretar las tasas de plagio para valorar un trabajo, ya que el porcentaje absoluto solo tiene un valor relativo al tener que tener presente muchos factores colaterales como el tipo de citación, las fuentes explícitas, el epígrafe donde se copia, las tasas por fuentes… En suma, un mundo que se debe conocer para que realmente la ciencia que se publique en las mejores revistas (también en las demás) responda a los criterios de novedad, original y que, en definitiva, genere el impacto deseado.