Ayer amaneció en Huelva, ciudad en que vivo, con lluvia, algunas tormentas, y un día gris y triste de invierno. Parece como si el tiempo quisiera acompasar la triste noticia que nos llegaba de Santiago de Chile, a más de 10.000 kilómetros de distancia y en el otro hemisferio, de que una excelente y maravillosa persona, un educomunicador ejemplar, el profesor chileno
Claudio Avendaño nos dejó… Se fue tranquilo, acompañado de los suyos, tras una larga e infinita enfermedad contra la que luchó con ahínco, pero también con la alegría de sentirse fuerte y querido. A pesar de que su cuerpo se quedó progresivamente sin respuestas hace ya meses, su mente fue siempre lúcida hasta casi el final y supo ver e interpretar su tiempo con la sabiduría del pedestal moral y la humildad personal.
Muchos colegas chilenos y latinoamericanos, algunos antiguos alumnos y siempre discípulos de él, acompañamos, casi a diario, estos meses a Claudio, gracias a las tecnologías, que nos sirvieron para compartir y convivir con él los muchos momentos vividos de felicidad.
Claudio era y es ante todo un gran educomunicador de América, durante muchos años, creyó y enseñó que la educación y la comunicación son armas transformadoras, que solo se puede vertebrar la democracia desde el pensamiento crítico y la autonomía de las personas… Sus lecturas fueron inmensas y su implicación en procesos transformadores múltiples.
Cuando nos conocimos en Barcelona allá por los últimos años del siglo pasado, conectamos planamente y casi nos declaramos amistad perpetua. Mis viajes a Santiago de Chile al primer Máster de Comunicación y Educación de la Universidad Diego Portales, fueron experiencias increíbles, donde el Profesor Claudio dejaba su impronta y su sabiduría, muchas veces más pragmática que teórica. Y seguimos en la Universidad de Santiago de Chile y en sitios infinitos.
El destino ha querido que Claudio se nos marche poco después de hacerlo la otra gran artífice de la educomunicación chilena, Mar Fontcuberta, fuentes, ambos, de inspiración y amor al conocimiento y la educación mediática.
Claudio, te fuiste, pero te quedaste en lo más perenne… en nuestro presente y en la memoria colectiva de los educomunicadores latinoamericanos. “Comunicar” tiene una gran deuda contigo porque fuiste el pionero, el hacedor del buen hacer… Tus discípulos, tus colegas y los que nos sentimos también tus amigos permanentes podemos ser testigos fieles de ello.
Recuerdo que en mis últimos viajes a Chile, quisiste darme la sorpresa de llevarme, casi sin decírmelo, a ese cañón, cerca del infinito entre montañas, en la Cordillera, al Cajón del Maipo. Tan cerca de Santiago, pero tan cerca del cielo, entre las nieves y los desfiladeros. Como anticipo de lo que nos depara el futuro, ese indeleble día en la alta montaña, descubrí en su plenitud a Claudio, al magnífico profesional, pero también a la excelente persona que fuiste y que eres para todas y para todos nosotros…
¡Descansa en paz!